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Marionetas|
La ciudad se aletarga. La calle está saturada
de seres imprecisos. Crecen rascacielos entre los árboles. Todos caminan en
silencio, enredados en la afonía de la noche. Intento confundirme entre ellos.
Les rozo las manos e imito su caminar lento. Pero no hay respuestas,
no hay miradas, ni siquiera una sonrisa esquiva o un gesto de reproche. Marchan
ordenados, uno detrás de otro; equidistantes, formando una línea infinita.
Llueven luces de neón. Veo un individuo que acelera su paso, que huye de
la fila. El resto sigue su caminar impasible. Luego cae y su cuerpo queda
tendido en el asfalto. Se acercan dos hombres uniformados y vuelven a ligar las
cuerdas a la cruceta. Él se levanta robotizado y se incorpora a la
hilera. Por sus mejillas de madera caen dos lágrimas que inundan el pavimento.
Miro a mi alrededor, pero no distingo más color que el gris, ni reconozco
más sonido que el chirrido amargo de sus lloros al estrellarse contra el suelo.
Todos sollozan. Asustado empiezo a correr hacía la lejanía. La línea del
horizonte es cóncava y, entre ella y el cielo, sólo se alza el
vacío. Nadie me mira, nadie me habla. Me persiguen. Corro.
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Esta es mi aportación en la II Primavera de Microrrelatos Indignados organizada por :
Miguel Torija La colina naranja
Rosana Alonso Explorando en Lilliput
Ana Vidal Realtos de andar por casa